… geistigen Selbstmord …
Vertrumt experimentellen Bereich
Nichts ist wahr
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En el fulgor hechizante de mis ojos, se encuentra la verdad en descontento que, desilusionada, va con pasos seniles caminando en el olvido del mundo. En el presente intacto de mi rostro, se reflejan las incertidumbres de lo que pudo haber sido, pero no fue… En equidistante placer demente, sofoco a cada uno de mis pensamientos; me olvido de quien soy y el olvido se olvida de mi. Eso me grada. Me siento con una pequeña esperanza.
El extraño demonio de la memoria no estará presente cuando todo esto llegue a su fin, lacerándome, como suelen hacerlo los demás con sus recuerdos; acechándome, como lo hacen las fieras con sus victimas; tocándome, como un padre despectivo toca a su hijo… Ese extraño demonio no estará, cuando todo esto termine.
Poco a poco me ahogo en este mar de utopías sin sentido. Me ahogo en el mar de mis nuevos vicios, en el mar de alcohol y dudas. Las penas, se van en canoas de palma tropical, mientras sigo bebiendo, pero regresan, como perros hambrientos y terminan con el poco auto respeto que me tengo.
En el bar de la calle 42, todos compartimos penas como si nos conociéramos de antaño. Como si las penas fueran el pan de cada día. Esa vieja cantina se convierte en el confesionario rutinario de la vida y el alcohol, en el fiel sacerdote que escucha, vengativo, recordándonos cada pena como si las volviéramos a vivir de nuevo, como si se hicieran reales otra vez, como si nos desgarraran a la par del sufrimiento.
La botella me mira retadora, ensimismada, fusionada con mi realidad que no soporto. La tomo y bebo hasta la última gota, esperando ahogar así a las penas que me corroen, pero como decía Frida: “[...] las malditas aprendieron a nadar”.
La luz se consume de a poco y el manto de la noche nos cubre como la madre cubre a su cría desprotegida y asustada. La silla que me mantiene en la realidad sublime del bar, cede a mi peso descontrolado y abruptamente observo el color de la vieja madera apolillada del piso que nos sostiene. En ese momento, me castigan las lonjas y la celulitis que no se como arrancarlas de mi cuerpo, si es que se le puede llamar así a esta transfiguración de mis nuevos vicios. Me observan los nuevos y mejorados confesados y solo ríen atrapados en la oscuridad de ellos mismos, salpicándome de su pena y de su soledad pretensiosa.
Así recordé al mundo de haya afuera. Tirada en el piso, como mierda. Lo había olvidado desde el momento que pague mi primera copa de vodka. Así es como recordé mi propia pena haya afuera. Aquí adentro, no soy más que un instrumento para tener sexo con un desconocido. Solo soy un objeto.
A lo lejos de mi ensimismamiento desbordado escuche una voz que me pareció de un viejo gordo que me preguntaba: -¿estas bien mi primor?-; y cual fue la sorpresa que ni adentro de mi cabeza nada es diferente. ¿A dónde puedo escapar entonces? ¿Dónde, pues, estaré segura? ¿Hay algún lugar donde todo sea disímil, donde todo sea irreal? ¿O es que he perdido la esperanza? El viejo gordo es real. Es el mismo gordo que imagine, divagando en los detalles de su gordura, mientras escuchaba su entrecortada voz. O tal vez soy yo reprimida.
-Si, estoy bien, ¡¿se puede estar mejor?!- solloce con un humor acido hacia el viejo gordo que me miraba con ojos de excitación mientras yo, seguía tirada como mierda olvidada.
–A que hotel me llevaras- dije sin pensarlo, como si todo fuera automatizado, pues ya no me queda más que aceptar su proposición indecorosa.
-¡Al que tu quieras mi ángel regordete!- menciono el con sus labios alcoholizados mientras yo observaba la pena de mi misma.
Salimos borrachos del bar de la calle que lleva mi edad y así, azorados, sucumbiremos en el sexo descontrolado de los amantes desconocidos, en aquel hotel de paso; de esos, de los que cobran 100 pesos la noche y que apestan a placer añejo, con unas cuantas cucarachas solapando el escenario…
Tome la bata agujereada que te entregan cuando pagas en el lobby y preferí tirarla a mis pies para cuando terminara de ducharme. Me observe en el espejo:
Tome la bata agujereada que te entregan cuando pagas en el lobby y preferí tirarla a mis pies para cuando terminara de ducharme. Me observe en el espejo:
-¡¿Cómo termine aquí?!- le gritaba a mi reflejo gordo, sin forma y maquillada hasta los dientes.
-¡¿Cómo pudo ser?!
-¡¿Cómo es que me convertí en esto?!
-¡En una envoltura de auto sufrimiento , auto rechazo; en alguien que se odia mas de lo que se ama; en una mas de las que habitan el mundo que tratamos de olvidar en cada paso; en un recuerdo olvidado!
-¡¿Por qué?!
Y no obtuve respuesta, más que de los recuerdos arrinconados de lo que un día fui y del excesivo maquillaje, que pareciera que quisiera huir de mi rostro para no volver jamás. Mi frustración me llevo al filo del abismo y así termine con el reflejo de mi misma. Así finiquite a aquel recuerdo de auto respeto y orgullo. Así; pues que me queda. Lo perdí todo por un gusto que no me dio nada. Solo sufrimiento. Mañana, mañana será otro día. Comenzare a hacer las maletas y seguiré buscando la esperanza.
Borracha y desconsolada tome la bata del piso y me arrope en el ambiente derrochado de lujuria relegada y me arrulle los pensamientos con el efluvio de un baño viejo y mal lavado de un hotel de paso, con un viejo gordo que no cosco, esperándome en la cama…
Es así como termine en foto de primera plana, desmembrada en un hotel de paso; después de 67 días, en una bolsa de basura, dentro de un contenedor cerca de la autopista. Hasta esa fecha, nadie me dio por perdida, nadie llamo a la casa apolillada para ver si había regresado a ella. Solo una carta de corte de luz y gas apareció en el pórtico frio, solo un canario canadiense muerto en su jaula, sin agua y sin comida, fue el que dio las condolencias a nadie. Y solo las píldoras para bajar de peso se quedaron esperándome frustradas y angustiadas. Y el sabor rancio del pan con moho dejo de ser el favorito para las cucarachas que en un funeral eterno, comían como aperitivo antes de las lágrimas. Y los únicos herederos de mi pobre fortuna fueron los vientos tristes del norte que soplaban perdidos por la ventana rota.
Cuando me encontraron, los peritos dijeron que encontraron a Nancy Boy: una bolsa llena de recuerdos esperando a ser recordados. Lastima que nadie se atrevió a abrirla antes…
-¿Qué pasa?
-Solo fue un sueño. ¡Gracias a dios! ¡Me quede dormido un momento! Que horrible sueño…
-¿Qué pasa?
-¡¿Qué pasa?!
…Despierto y me doy cuenta de que ni adentro de mi cabeza ni afuera de ella nada es diferente... Sigo penando en este hotel abandonando. Soy Nancy Boy*; ese gordo olvidado… Mañana, mañana será otro día. Comenzare a hacer las maletas y seguiré buscando la esperanza…
Mephistofeles Luna
México, 14042010
*"Nancy Boy" es el eufemismo utilizado en Inglaterra y Estados Unidos por la población para designar a un hombre afeminado, generalmente homosexual. Nancy Boy fue el primer transexual de la época contemporánea.
